La Dehesa

Cuando caminamos por nuestra tierra, tan desnuda, los encinares desde lejos nos cautivan, sobre todo en primavera, cuando el sol se acerca, la hierba brilla, destacan los cortijos blancos, se oyen los monótonos arrullos de tórtolas y torcaces y se cubren de oro las encinas.

Aunque también son dehesas las grandes superficies de pastizales que antaño fueron ocupadas por bosques, nos referimos en este caso a las fincas cuyo arbolado principal está constituido principalmente de encinas (Quercus rotundifolia), alcornoques (Quercus suber), acebuches (Az-Zelbug) y matorral con un aprovechamiento agropecuario de labor y pastos que mantienen a ovejas, cerdos, vacas y cabras, todo ello en explotación de secano y ganadería extensiva.

Durante muchos años fueron ecosistemas altamente equilibrados debido a la existencia de un pastoreo racional.

Desde hace aproximadamente medio siglo comenzó la crisis de la dehesa tradicional con el arranque de encinas, talas, incendios y roturación del terreno para siembra de cereales en su mayoría. Los encinares de nuestro término se enfrentaron día a día a la aventura de la supervivencia.

Tras varios años del exterminio del encinar, el propietario de una finca adehesada y bien poblada de encinas se lamentaba que “de hacer conocido los resultados, no hubiese arrancado ni una”.

Para su conservación es conveniente recordar que las encinas evitan la erosión, abonan el suelo con sus hojas, regulan el clima, enriquecen la atmósfera con oxígeno y agua y su fruto, la bellota, es un excelente alimento para el ganado y la fauna salvaje.

En los años de gran crisis económica y hambruna, la bellota supuso un complemento alimentario a las familias más deprimidas de esta población. También se aprovecha el corcho, donde hubiera alcornoques, la caza y la leña.

La hierba y los pastos de la Real Dehesa de la Serena fueron de tan alta calidad que fue objetivo de pastoreo de grandes rebaños de ovejas merinas de las que se obtenían el exquisito queso artesanal, buena carne y lana de la mejor calidad de España.

En el término de Campanario todavía existen algunas fincas con muy escaso arbolado como las Moruchas, el Chaparral, Cabezas Pardas, el Monte la Barca, Alhambra… La aparición espontánea de encinas en el Egido y Ontanillas, pese a la sobrecarga de ganado que han soportado, dan testimonio de haber sido terreno adehesado y encinar en otros tiempos.

Lo mismo ocurre en la Mata, extensa dehesa que ocupaba buena parte de los términos de Quintana, La Guarda, Campanario, La Coronada, Magacela, La Haba y Villanueva de la Serena.

Los encinares no sólo ejercieron y ejercen una acción beneficiosa sobre la hierba que cubren sus ramas retardando su agostamiento y protegiéndolo de las heladas, sirven además de cobijo a numerosas especies de animales.

El que antes que su muerte ha plantado un árbol, no ha vivido inútilmente.
(Proverbio Indio)

Tratábamos en párrafos anteriores del terreno de encinas adehesado como explotación agropecuaria más racional y de rancia tradición en Extremadura, con un aprovechamiento que consistía básicamente en la cría y engorde del ganado porcino en montanera, ovino y caprino, ramaje para obtener picón, y la leña más gruesa para la cocción del pan, para hogueras en las desahogadas chimeneas donde solía “cocerse el puchero” y secadero de la “matanza”, principal despensa del año, y carbón para uso de la hornilla o anafre doméstica. En la actualidad muy solicitado para fuego de barbacoas en las numerosas fiestas camperas.

“Verde en el campo, negro en la plaza y coloradito en casa”.

El brasero de picón y de carbonilla, aguanta como la calefacción más recogida y familiar en la mesa camilla cubierta por el abrigado refajo de paño, durante el crudo invierno que soporta nuestra Comunidad.

¿Cómo quieres que tenga la cara blanca
si soy carbonerita y se me mancha?

(Coplero popular)

Pese a todas las agresiones anti-ecológicas, la dehesa con encina y matorral continúa siendo lugar maravilloso donde la vida se manifiesta diariamente con fuerza y a su vez con calma.

En la dehesa conviven muchas especies animales, manifestándose en los amaneceres primaverales con multitud de cantos entre los que destaca el arrullo de la Paloma Torcaz (Columba Palumbus), uno de los animales alados más característicos de los grandes campos de encinas y alcornoques, al constituir las bellotas maduras su alimentación por excelencia.

No menos frecuentes son la Tórtola Común (Straptopelia Turtur) y la Tórtola Turca (Straptopelia Decaocto), la primera conocida desde siempre en toda el área extremeña, en tanto que la Turca apareció no hace muchas décadas colonizando numerosas áreas de árboles y arbustos dispersos e incluso parques y jardines de pueblos y ciudades.

La inconfundible Urraca (Pica Pica) por distinguirla a primera vista por su plumaje negro, blanco y verde con brillo metálico y su larga cola. Aprovecha todo tipo de desperdicio e incluso la carroña, es considerada dañina por incluir en su abundante gama de alimentos huevos de toda clase de nidos y crías de pájaros.

Más conocida aún es la Liebre (Lepus Copensis). No existirá familia alguna en Campanario que no haya degustado la liebre con arroz, con tomate o en albóndigas. Aunque este veloz roedor, recurso de escopetero y trofeo de galgueros, se distribuye por todo el término (donde menos te piensas, salta la liebre), es la dehesa su hábitat preferente al proporcionarle el pasto el mejor cobijo para su pelaje mimético y espacio suficiente para su carrera.

Aún siendo escasas, existe la Jineta (Genetta Genetta) en los terrenos más abruptos y de monte del término, mamífero carnívoro de vida nocturna, caza en solitario reptiles, ratas, lirones, otros pequeños mamíferos y aves de escasa envergadura.

Los huecos que presentan las viejas encinas, alcornoques y huecos entre rocas son sus principales madrigueras. La combinación de su pelaje gris y negro y su larga cola anillada hacen de este “gato salvaje” un animal de verdadero atractivo.

“En todos sus sueños, el hombre no ha sabido jamás inventar nada que sea más bello que la naturaleza”.
Alphonsse de Lamartine.

Rasgo destacado de estas fincas fue su permanencia a lo largo del tiempo como unidad de explotación ganadera, existiendo una estrecha interdependencia entre plantas y animales.

Durante los siglos XIX y XX la dehesa comienza a labrarse, existiendo tres categorías: dehesa de puro pasto, de pasto y labor, y de labor. La actividad agrícola-ganadera en estos terrenos dio lugar a la aparición de numerosas casas de campo o cortijos, dependiendo de la extensión del terreno que se trataba de controlar.

En los tiempos actuales la noche y su misterio envuelven la dehesa silenciosa donde se oye el reclamo monótono del Autillo (Otus scops), el canto agudo del Cárabo (Strix abuco) y el Mochuelo (Athene noctua), paciente e invisible depredador de ratones e insectos.

El Jabalí (Sus scrofa) también es visitador nocturno de la dehesa para alimentarse de los nutritivos frutos de las plateadas encinas.

En aquellos terrenos muy aclarados de árboles podemos descubrir el Elanio azul (Elanus Caeruleus), poco mayor que un cernícalo y de plumaje azul pálido. Los Rabilargos o “rabúos” (Cyanópica cyanus) llaman la atención al oír el griterío que forman al trasladarse en bandos de encina en encina.

La abundancia de insectos en la dehesa es la consecuencia de la gran aparición de pequeños depredadores que de ellos se alimentan. El Alcaudón real (Lanius excubitor), con plumaje negro, blanco y gris; el Alcaudón común (Lanius senator), de rojo capirote y canto melodioso, empalan o clavan en los pinchos de las alambradas a sus presas para despedazarlas con más facilidad.

La Musaraña común (Crocidura russula) se alimenta de invertebrados y pequeños vertebrados; el Ratón de campo (Apodemus syvaticus), roedor de grandes orejas y el Topillo campesino (Microtus arbalis), pequeño roedor de vegetales.

Aunque existen diferentes tonalidades de color, la Rata de campo (Arvícola terrestris) más abundante en esta zona es parda oscura y la parte inferior blanca, se encuentra principalmente en graneros y establos, es omnívora y gregaria.

Entre los reptiles que habitan nuestros encinares citamos como más representativos el Lagarto ocelado (Lacerta lépida), disminuido alarmantemente a consecuencia de los insecticidas vertidos en el campo por constituir los invertebrados su principal dieta alimenticia, sobre todo los saltamontes.

La Culebra bastarda (Malpolon mouspessulanus) puede medir e incluso rebasar los dos metros de longitud. Son varias las clases de águilas que frecuentan e incluso nidifican en la dehesa de encinas y alcornoques, como por ejemplo escogemos el Águila culebrera (Cicaetus gallicus) que permanece en Extremadura desde principios de la primavera hasta el final del verano.

Una vez más recordamos que la dehesa es un ecosistema natural de extraordinaria belleza y que su vegetación, la encina y el alcornoque principalmente, necesitan alrededor de un siglo para su completo desarrollo, de ahí nuestro respeto y defensa a ultranza oponiéndonos a las amenazas que ponen en peligro su supervivencia y contribuir en la medida de cada una de nuestras posibilidades en fomentar las buenas gestiones para su conservación.

Fernando Gallego Gallardo para revista “Al Aire”